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"Más allá de los paisajes de la nada"

“El paisaje era como un verso de poesía que se crea así mismo” (Virginia Wolf)

Susan Campos en SPECTRA Festival internacional de música electroacústica de Bogotá, 2018. Fotografía de Jorge G. García Moncada.

Para ver un paisaje hay que tomar cierta distancia, así sugeriría hacerlo con la lectura del poemario de Susan Campos Paisaje nihilista (Nueva York Poetry Press, 2018), apreciarlo desde distintos ángulos, descomponerlo, rearmarlo, imaginarlo y sobre todo reinventarlo.


Si bien el título no responde a la frugalidad o sencillez de algunos hábitos de la escuela griega de los cínicos, sí a aquella cruda crítica hacia el orden y la moralidad, que busca mediante un lenguaje satírico remover el orden establecido y causar pura y llana irreverencia.


Ya desde la portada destaca además del título una fotografía de Ibán Gonzáles, la cual captura uno de los tantos paisajes que emerge en el libro, el retrato de Regina Fiz, una artista que se asume como tecno- trans, cuyo cuerpo e imagen se yergue como vivo testimonio de la disonancia, disruptividad e incomodidad que pueda llegar a generar toda imagen, sonido o palabra fuera de las convenciones o normas con las cuales suponemos se rigen las sociedades que nos habitan.


Esta imagen a color juega desde su composición con dualidades como son lo artificioso natural, lo femenino masculino, lo tóxico saludable, lo legal e ilegal, entre otros, presentando desde el inicio un tipo de paraíso anti edénico, que a diferencia del primero no se esmera por ser hermoso, habitable y menos aún perfecto.


Basta con atisbar en su interior para darse cuenta que ahí no destacan los panoramas convencionales que evocan grandes melodías, sino más bien sitios que se crean a sí mismos o se materializan con solo evocarlos “por eso el nombre secreto de la ‘voz’ es Comienzo” (p.35)



Un aspecto relevante en esta partitura extraña y poética de Susan Campos es la maleabilidad de sus paisajes, ya que estos no se limitan a lugares o ciudades reales o imaginarias en las que “dos figuras brotan de la arena secreta en mi memoria. Allí, donde la ola de Hokusai no consigue llegar al océano” (p.65), sino que abre la posibilidad de interpretar a los cuerpos, las palabras, los sonidos o su ausencia como uno más de ellos.


Este es el caso de “Gowanus”, la cuarta y última sección del poemario, un lugar que puede ser cualquier sitio y que a la vez es ninguno, uno que se convierte en río, en pueblo, en miedo o en una fuerza incontenible como en el poema número tres “Nada pasa, nada crece, todo está devastado y sin embargo algo brota, quieto y silencioso, sin que podamos detenerlo.” (p.69)


En la tercera parte titulada “Ciberpunk Fados” se recurre a una de las expresiones más reconocidas de la música portuguesa para contar a través del canto tristezas o fatalidades que al tararearlas no solo provocan un recuerdo, sino que zanjan más dolor o consternación como pasa en el poema número cinco “no somos hijos del suicidios de los dioses…de Caín o Abel…del silencio (o predilección) de un Dios...simplemente, somos hijos del aleteo…sólo eso.”(p.61)




“Ángel Punk” es la obertura del poemario. En este predomina la narración y las imágenes simulan ser más corpóreas e inteligibles; acá el cuerpo protagoniza al cuerpo desde el cuerpo y lo deja ser visto y escuchado tan plausiblemente que lo grita con excesos “qué terrible es el amor cuando se ama a una mujer, roja, con un disparo en el corazón, que brota.” (p.23)

En “Mandala” se es inmortal a través de la inmolación y queda claro que la sentencia es seguir existiendo luego de la destrucción. Acá los cortes, las ausencias y silencios son cicatrices que extienden el recuerdo tal marcas indeseables, pero en formas y tonos muy hermosos.


Esta serie de paisajes desencajados, anormales y ruidosos es lo que se deja ver, habitar. Ella simplemente nos recuerda que “lo roto alguna vez fue hermoso y que de lo destruido, puede brotar de nuevo la belleza.” (p.81)

San José, Costa Rica, 2018

(-Paisaje Nihilista: Disponible en Amazon.com-)

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